Un marinero le ofrece su puesto en un buque mercante que está por zarpar a un estudiante en problemas, a cambio de tres coronas y que escuche su historia.
A partir de ahí nos sumergimos en los múltiples relatos de la vida del marinero y sus encuentros con diversos personajes. Viaja en la nave de los muertos, tripulados por muertos y un vivo, siempre un vivo, hilvanando una sucesión de historias que evolucionan como una espiral.
La historia salta de un lugar a otro, de un tiempo a otro, ya que está articulada por la memoria, con su lógica laberíntica. “Las Tres Coronas del Marinero” es una obra de un valor universal con un ancla en los sueños que Ruiz tiene con su patria, su infancia, su origen.
La fatalidad del viaje – del exilio – lo libera de las ataduras del ser social, del ser lógico. El ser se des-serifica se transforma en fantasma, en doble, en paradoja, en todo menos en sí mismo.
Todo el cine de Ruiz es un cine ‘torcido’, porque es visto a través de curiosos prismas, siempre desnaturalizando la perspectiva clásica. Así como cada plano ruiziano lleva una marca, una cifra, o un secreto, una torsión, él propone ejes de toma de vista imposibles, utiliza todos los trucos.
En su cine, subyace más bien una fascinación por las aparentes «pequeñas historias»; un rechazo del racionalismo de la modernidad en favor de un juego de signos y fragmentos, de una síntesis de lo dispar, de dobles codificaciones.
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